Acabamos de inaugurar el año y nos encontramos en esa etapa en la que pensamos, fantaseamos o incluso decidimos poner en marcha objetivos que nos beneficien personal y profesionalmente. No siempre conseguimos materializar esas buenas intenciones, a veces, en el último momento, el cerebro nos hace la jugarreta de interferir en nuestra fuerza de voluntad porque sabe que el premio no es inmediato. Cuando hacemos un esfuerzo y la tarea tiene dificultad, tendemos a desmotivarnos y renunciar.

A no ser que tengamos un alto nivel de disciplina y autocontrol, -por cierto, ambas se pueden entrenar- la motivación se irá apagando si el objetivo es demasiado ambicioso o somos incapaces de ver más allá de la complejidad del conjunto, es decir, si vemos el elefante completo en vez de visualizarlo por partes. Para relativizar el “exceso” y poder centrarnos en las porciones, existe una herramienta muy potente de la que ya hemos hablado en otros posts: el método kaizen (pequeños pasos de forma constante). Aunque este recurso esté orientado a las acciones para mantener el ritmo y compromiso tras la definición del objetivo, puede ayudar en primera instancia a tener una imagen más fraccionada de dicha meta. De esta manera, el cerebro percibe un gasto de energía menor y satisfacción a corto plazo por los pequeños logros que aparecen recurrentemente.

Otro de los motivos por los que claudicamos en el camino de la consecución de un objetivo, es porque no está bien definido desde el inicio. Uno de los modelos más conocidos y eficaces en la elaboración de objetivos es el SMART, basado en cinco directrices muy significativas:

  • Specific. Específico. ¿Qué?
  • Measurable. Medible. ¿Cuánto?
  • Achievable. Alcanzable. ¿Cómo?
  • Realistic. Realista. ¿Con qué?
  • Time-based. Temporalizado. ¿Cuándo?

Si añadimos cuatro parámetros más, logramos personalizarlo:

  • Expresado en positivo.
  • En presente.
  • En primera persona (si es un objetivo para la empresa, pregúntate qué consigues tú y en quien te conviertes una vez logrado).
  • Conectado con tus principales valores (ej.: honestidad, justicia, responsabilidad, solidaridad… Cualesquiera que sean).

Una vez bien definido el objetivo, pasamos al plan de acción. Las siguientes cuatro fórmulas aportan elementos emocionales y sensoriales que dan vida al trazado de estrategias y un para qué individual y colectivo:

1. Haz pruebas visuales que incluyan contenido auditivo y kinestésico del proceso. Por ejemplo, visualiza alguna de las acciones con detalle: con quien estás, dónde estás, qué implicación tiene tu aportación en ese momento, cómo es la interacción con los integrantes del proyecto, qué sonidos escuchas, si hay música o ruidos de fondo, el tono de las conversaciones, qué sensaciones te llegan, qué riesgos intuyes…

2. Testea qué sientes cuando verbalizas los pasos de este objetivo, y dónde lo sientes. Qué emociones y sensaciones descubres y en qué parte de tu cuerpo las sientes.

3. Dibuja con colores el desarrollo del proyecto. Solo dibujos, sin letras, a modo de mapa mental (denominación, pasos, personas implicadas, obstáculos, recursos, logros parciales, emociones en cada momento… Todo lo que se te ocurra). Píntalo en retrocesión de acciones, es decir, empezando por el día en el que se consigue el objetivo hasta llegar al punto de partida. De esta manera, serás consciente de todas las iniciativas emprendidas y los frutos que conlleva cada una de ellas.

4. Comprueba que el resultado es ecológico y sostenible. Es importante ponerlo en valor comunitario. Verifica que el beneficio se mantendrá a largo plazo y no conlleva daños colaterales para las personas o el medioambiente.

Bienvenido al hábito de marcarte objetivos de empresa y de vida. Ganarás motivación, compromiso, empoderamiento, creatividad y una agenda de prioridades bien gestionada. No esperes a que avance el año, transcribe hoy mismo ese plan que te ronda en la cabeza para empezar a materializarlo.

¡Feliz 2022!

 

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Carmen Celemín
Coach ejecutivo & Coordinadora de Proyectos
Instagram@carmencelemincoach