Cuando hablamos de resiliencia, se suele utilizar la metáfora del junco, que se dobla ante el viento pero no se rompe. El junco es capaz de adoptar una forma muy diferente a la original en momentos de estrés, donde un fuerte viento amenaza con romperlo. Se dobla extremadamente pero no se rompe, y cuando el viento desaparece, el junco vuelve a su forma original. Sin embargo, algo más duro pero rígido como la rama de un árbol sí es fácilmente arrancada por un temporal de viento, porque le falta la flexibilidad.
La resiliencia tiene que ver, por tanto, con la capacidad de adaptación a las circunstancias cambiantes del entorno, y concretamente a las circunstancias estresantes o amenazantes. La rigidez o falta de flexibilidad en un mundo incierto y en constante cambio puede ser una debilidad que nos haga sentirnos sobrepasados emocionalmente ante situaciones angustiosas, de alta incertidumbre o estrés. Como sabemos, la vida y el trabajo son estresantes, nos ponen a prueba constantemente, por lo que si no tenemos resiliencia vamos a sufrir mucho.
La resiliencia, además de la adaptabilidad, tiene que ver con la fortaleza emocional, porque las personas resilientes, después de eventos o experiencias duras y dolorosas, se recuperan mucho antes que las personas no resilientes, y además salen fortalecidas. Esto significa que son capaces de extraer aprendizajes importantes o que desarrollan habilidades nuevas gracias a la experiencia traumática o estresante. Para ello es clave la gestión emocional de la frustración, el miedo, la rabia, el estrés o la tristeza.
Las personas resilientes, además de haber desarrollado una gran fortaleza mental, una gran capacidad para gestionar las emociones difíciles y una capacidad notable de adaptación, se enfrentan a los problemas como desafíos que superar, o como objetivos que alcanzar. Es un enfoque radicalmente diferente del que adopta la mayoría de las personas, que ven los problemas de manera dramática y victimista.
Y por último, una característica clave de los resilientes es que cuando se equivocan o fracasan, lo aceptan y se tratan con amabilidad y compasión, en lugar de juzgándose duramente y criticándose internamente.
Pero ¿Puede cualquier persona ser resiliente? Definitivamente, sí. Numerosos estudios neurocientíficos han demostrado que determinadas disciplinas tienen una enorme efectividad para desarrollar la resiliencia, como por ejemplo el mindfulness.
Concretamente, el programa MBSR (Mindfulness Based Stress Reduction) de la Universidad de Massachusetts ha sido estudiado ampliamente desde hace más de 30 años por los científicos. Por ejemplo, después del programa, que dura 8 semanas, se observó en un estudio con resonancias magnéticas que los cerebros de los participantes habían aumentado el grosor de la materia gris en determinadas zonas como el cortex prefrontal izquierdo, relacionado con las emociones positivas. En otra investigación se comprobó cómo los sujetos, comparados con el grupo de control que no pasaron por el MBSR, habían reducido su actividad en el cortex prefrontal derecho, relacionado con la rumiación, los pensamientos divagantes y una mayor tendencia a las preocupaciones. Mientras tanto, habían aumentado su actividad en el cortex prefrontal izquierdo. Es decir, se había producido un cambio de actividad predominante del hemisferio derecho al izquierdo, efecto que no se observó en el grupo de control.
En el MBSR se entrena la mente para ser más resiliente y convertirnos en «personas-junco». Para ello se trabajan habilidades como la aceptación, la capacidad de adaptación, la gestión emocional y la autocompasión o amabilidad con uno mismo. No es casualidad que el MBSR desarrolle de forma extraordinaria, en 8 semanas, nuestra resiliencia.
Si estás interesado en desarrollar tu fortaleza emocional y tu resiliencia, apúntate a nuestro próximo curso MBSR de mindfulness para la reducción de estrés de 8 semanas, que empieza en enero. En este link tienes la información detallada del programa. CURSO MBSR
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Javier Carril
Socio de Execoach
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