Desde que un biólogo austriaco desarrolló la Teoría general de Sistemas, la ciencia ha adoptado y aceptado el concepto de sistema en muy diversos campos (sociología, psicología, empresa, robótica, etc.), influyendo decisivamente en la interpretación del mundo que nos rodea.
En el mundo de la empresa, el enfoque sistémico se concreta en el hecho de que toda empresa es un sistema. Un sistema es un órgano vivo, dinámico, que busca su supervivencia de forma constante, adaptándose al entorno cambiante tratando de buscar su propio equilibrio. Hoy en día, no puede ser más acertada esta definición para una empresa, que debe adaptarse de manera constante a los frenéticos cambios si no quiere desaparecer.
Además, dentro del sistema que es la empresa, existen numerosos sistemas, como son los Departamentos de dicha empresa, los equipos e incluso los grupos de trabajo que se forman para ejecutar proyectos.
Centrándonos en un equipo, igual que todo sistema, tiene su propia identidad, sus propias creencias colectivas, sus propios valores como equipo. Todo ello influenciado directamente por los valores, creencias e identidad de la empresa a la que pertenece. Además, un equipo tiene sus propias emociones colectivas, sus estados de ánimo limitadores o positivos. Un equipo, que es más que la suma de sus individuos, puede estar motivado y sentir una ambición colectiva para alcanzar sus metas. O por el contrario, el equipo puede estar anclado en la resignación o el resentimiento, estados de ánimo negativos que le impiden desarrollar todo su poder.
¿Por qué es tan importante que prestemos atención a los estados emocionales de los equipos? Porque dichos estados emocionales afectan directamente a su rendimiento y resultados. Y además, la emoción colectiva de un equipo afecta, sin duda, al estado de ánimo de cada miembro del equipo. Imaginemos una persona con ganas, ilusionada y motivada, que entra en un equipo que se siente aislado y despreciado en la empresa. ¿Qué sucederá con este nuevo miembro? Lo más probable es que se acabe contaminando de la emoción colectiva de su equipo.
Pero al mismo tiempo, cada miembro de un equipo debe tomar conciencia de cómo se siente él en su equipo, de cual es su emocionalidad cuando está interaccionando con el equipo. Porque a veces no nos damos cuenta del impacto que provocamos en los sistemas a los que pertenecemos a través de nuestras emociones y estados de ánimo. Si somos una persona importante o con cierta influencia en dicho equipo, probablemente estaré contagiando a mis compañeros de mis emociones, sin darme cuenta. Si siento miedo o rabia, estaré afectando de manera negativa en el equipo como sistema.
La clave de esta reflexión es que debemos conocer el impacto que provoca la emocionalidad de un equipo en sus miembros a nivel individual, y viceversa. Este enfoque es decisivo para lograr que dicho equipo supere sus limitaciones y pueda caminar hacia sus objetivos sin obstáculos internos, convirtiéndose en un gran equipo, y aportando todo su potencial.
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Javier Carril
Socio de Execoach
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