El lenguaje que utilizamos habla de nosotros mismos, nos permite conocer quienes somos nosotros, cuales son nuestros valores, nuestras creencias, nuestras fortalezas y debilidades.

Por medio del idioma expresamos ideas, emociones y sentimientos. Cuando nos comunicamos con otros o con nosotros mismos, a través del lenguaje podemos estar dándonos o quitándonos fuerza, ya que el desarrollo del lenguaje está indisolublemente unido al desarrollo de la vida afectiva. Las palabras, con sus matices, contribuyen a expresar los estados afectivos y están, por lo tanto, íntimamente ligadas a la afectividad.

Las palabras tienen la capacidad de generar una realidad en nuestro cerebro y en el de los demás. A través de ellas, transmitimos la representación que cada uno de nosotros tiene del mundo y creamos (o destruimos) nuestra propia vida.

Un coach sabe que el lenguaje es un arma de valor incalculable. En nuestra mano está elegir utilizar un lenguaje cobarde, haciendo encabezar nuestras frases por términos como: “Me gustaría…”, “Debería…”, “Voy a intentar…”, “No sé si voy a ser capaz”, “No puedo”, “¡Qué desastre!”, “Tenemos un problema”, etc., o elegir utilizar un lenguaje responsable, con el que asumimos lo que decimos, pensamos, sentimos y hacemos: “Quiero…”, “He decidido…”, “Voy a hacerlo / no hacerlo”, “Voy a ser capaz…”, “Me comprometo a…”, “Tenemos un desafío”, etc.

El lenguaje responsable es el picaporte que nos impulsa a abrir la puerta del futuro. Pone en marcha la voluntad y aparta el mal uso de la afectividad, que siempre obstaculiza el camino del cambio personal.

Algunas sugerencias para utilizar un lenguaje responsable son:

  • Cuestionar las reglas o normas rígidas que nos limitan (“No debo…”, “Hay que…”, “No se puede…”), siempre que no sea como consecuencia de una simple apetencia o un impulso momentáneo no reflexionado.
  • Detectar las palabras que con mayor frecuencia usamos en nuestra comunicación habitual y el impacto emocional que están ejerciendo y el tono de voz que se utiliza. Cuando sea necesario, hacer todo lo posible para cambiar las palabras que utilizamos por otras que produzcan asociaciones emocionales más satisfactorias.
  • Detectar y evitar el lenguaje víctima: “Ellos no cambian…”, “Ella trabaja menos horas que yo…”, “Es que…”, “¡Qué mala suerte!” y usar en su lugar un lenguaje en positivo. “Yo puedo cambiar…”, “Voy a trabajar menos horas…”, “Siempre consigo lo que me propongo…”
  • Detectar y fomentar el lenguaje del éxito: ”¿Qué puedo mejorar yo?”, “¿Cómo y cuándo…?”, “Voy a proponer…”, “Yo creo mi propia suerte”.
  • Mantener en todo momento una Actitud Mental Positiva.

Si cada mañana, al mirarnos al espejo, nos decimos a nosotros mismos palabras de aliento y reconocimiento, comenzaremos el día con buen pie. Sin embargo, si utilizamos palabras que nos transmitan un mensaje de desánimo y de autodestrucción, seremos como una bola de nieve en lo alto de una colina a punto de empezar a caer. Con las palabras, nosotros podemos ser nuestro mejor coach o nuestro peor enemigo. De esos mensajes que nos mandamos a nosotros mismos nace nuestra fuerza interior o nuestra debilidad, así como nuestra capacidad para afrontar los retos.

No olvides que tus sentimientos dependen en gran medida de tus palabras, porque las palabras somos nosotros mismos.

Si estás interesado en conocer estas técnicas, ponte en contacto con nosotros para más información.

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Rosa Cañamero
Socia directora Execoach