Hace unos días un periódico digital publicaba una noticia en la que hacía referencia a la especial atención que están poniendo los medios de comunicación de los Estados Unidos en la redacción de las noticias y –sobre todo– de los titulares, para quitar hierro a la crisis financiera que estamos viviendo. Conscientes de la influencia que las palabras ejercen en la opinión pública, la prensa norteamericana mide al milímetro la forma de narrar la crisis financiera y evita términos como “crisis”, “caída libre”, pánico», «quiebra» o «apocalipsis». Así, en la mayoría de las informaciones, las compañías «resbalan», «se tambalean» o «resisten», pero nunca «se estrellan», «fracasan» o «quiebran».
Las palabras son la herramienta más efectiva que tiene el hombre para penetrar en la realidad y ganar una posición de dominio frente a todo aquello que le afecta. Cuando ponemos nombre a una realidad y la etiquetamos, parece que, en cierta medida, la dominamos. Dar nombre a algo es enmarcarlo, delimitarlo e incluso tenerlo bajo control.
El lenguaje que utilizamos habla de nosotros mismos, nos permite conocer de manera objetiva la percepción que tenemos de nosotros o de los demás, nuestras limitaciones, nuestras creencias, nuestros valores y nuestras fortalezas y debilidades.
Por medio del lenguaje expresamos ideas, emociones y sentimientos. Cuando nos comunicamos con otros o con nosotros mismos, a través de las palabras podemos estar dándonos o quitándonos fuerza, ya que el desarrollo del lenguaje está indisolublemente unido al desarrollo de la vida afectiva. Las palabras, con sus matices, contribuyen a expresar los estados afectivos y están, por lo tanto, íntimamente ligadas a la afectividad.
Las palabras tienen la capacidad de generar una realidad en nuestro cerebro y en el de los demás. A través de ellas, transmitimos la representación que cada uno de nosotros tiene del mundo y creamos (o destruimos) nuestra propia vida.
Un coach sabe que el lenguaje es un arma de valor incalculable. En nuestra mano está elegir utilizar un lenguaje cobarde o victimista, haciendo encabezar nuestras frases por términos como: “Me gustaría…”, “Debería…”, “Voy a intentar…”, “No sé si voy a ser capaz”, “No puedo”, “¡Qué desastre!”, “Tenemos un problema”, etc., o elegir utilizar un lenguaje responsable o protagonista, con el que asumimos lo que decimos, pensamos, sentimos y hacemos: “Quiero…”, “He decidido…”, “Voy a hacerlo / no hacerlo”, “Voy a ser capaz…”, “Me comprometo a…”, “Tenemos un desafío”, etc.
El lenguaje responsable es el picaporte que nos impulsa a abrir la puerta del futuro. Pone en marcha la voluntad y aparta el mal uso de la afectividad, que siempre obstaculiza el camino del cambio personal.
Algunas sugerencias para utilizar un lenguaje responsable son:
- Cuestionar las reglas o normas rígidas que nos limitan (“No debo…”, “Hay que…”, “No se puede…”), siempre que no sea como consecuencia de una simple apetencia o un impulso momentáneo no reflexionado.
- Detectar las palabras que con mayor frecuencia usamos en nuestra comunicación habitual con los demás y con nosotros mismos y el impacto emocional que están ejerciendo en ellos y en nosotros. Y de manera consciente hacer todo lo posible por utilizar palabras que cuiden la relación con los demás y nos produzcan asociaciones emocionales que nos generen equilibrio interior y motivación.
- Detectar y evitar el lenguaje víctima: “Ellos no cambian…”, “Ella trabaja menos horas que yo…”, “Es que…”, “¡Qué mala suerte!” y usar en su lugar un lenguaje en positivo. “Yo puedo cambiar…”, “Voy a trabajar menos horas…”, “Siempre consigo lo que me propongo…”
- Detectar y fomentar el lenguaje del éxito:” ¿Qué puedo mejorar yo?”, “¿Cómo y cuándo…?”, “Voy a proponer…”, “Yo creo mi propia suerte”.
Si cada mañana, al mirarnos al espejo, nos decimos a nosotros mismos palabras de aliento y reconocimiento, comenzaremos el día con la actitud adecuada para afrontar los retos que nos vayan surgiendo. Sin embargo, si utilizamos palabras que nos transmitan un mensaje crítico, de desánimo y de autodestrucción, seremos como una bola de nieve en lo alto de una colina a punto de empezar a caer. Con las palabras, nosotros podemos ser nuestro mejor coach o nuestro peor enemigo. De esos mensajes que nos mandamos a nosotros mismos nace nuestra fuerza interior o nuestra debilidad, así como nuestra capacidad para afrontar los retos.
Nuestros estados emocionales, nuestra actitud ante los desafíos y éxito en nuestra vida, dependen en gran medida, de las palabras que nos decimos y decimos a los demás diariamente, en piloto automático.
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