Una de las cosas que más me ha llamado la atención durante estos últimos años en la búsqueda de más presencia de la mujer en la sociedad y en el ámbito laboral, no es solo su lucha por eliminar la brecha salarial, acabar con la discriminación por maternidad o conciliar su vida familiar con su profesión, sino la urgente necesidad de reconocimiento de sus tareas no sólo por parte de la empresa en la que trabaja, sino por su entorno más cercano.
Muchas de las mujeres de hoy, se enfrentan a otras importantes barreras como son el miedo al fracaso, el miedo a delegar y la falta de autoconfianza.
Recuerdo algunas de mis clientes que tras dedicarse por un tiempo a su familia, decidieron reincorporarse a sus trabajos y otras reinventarse. Todas reconocían esa enorme creatividad para resolver problemas, tener la fuerza y las ganas de generar cambio y la necesidad de encontrar esa oportunidad que les permitiera una vez más, demostrar que su escuela de liderazgo lejos de estar descontinuada, había adquirido nuevos conocimientos, más recursos y muchas habilidades fortalecidas gracias a su práctica diaria como madres, amas de casa, compañeras y profesionales del día a día.
Sin embargo, también sentían esa enorme necesidad de llegar a todo y hacerlo bien, una creencia que ha perseguido a un gran número de mujeres y que ha generando una enorme presión sobre sí mismas sumada a una sobrecarga de estímulos, aceleramiento y prisas a las que terminan por acostumbrarse y que desafortunadamente, acaban por afectar su bienestar físico, mental y emocional.
Las mujeres a través de la historia hemos tenido que enfrentarnos a muchas creencias, a reglas estrictas y estándares que no solo nos han llevado a ser autocríticas, sino que en algunas ocasiones, nos han hecho creer que lo que queremos, es en realidad muchas veces lo que la sociedad dice que deberíamos querer o algunas veces ser.
Frases como las mujeres nacimos para servir, aguantar y sacrificar hace parte del amor, la realización de la mujer está en ser madre o somos egoístas si pensamos en nosotras primero, entre otros, son algunos ejemplos de esos condicionamientos que desafortunadamente nos han acompañado y han influenciado en el momento de actuar.
Querer cambiar las cosas, significa también trabajar para reconocer y apartar creencias limitantes, lograr que los actos y los pensamientos concuerden, que nuestra mente, cuerpo y emociones estén alineados y vayan de la mano con nuestras prioridades, necesidades y valores.
La importancia de delegar
El tener que tomar muchas decisiones entorno al hogar y al trabajo, no solo nos hace ser autoexigentes, sino algunas veces caer en la trampa de creer que si delegamos responsabilidades, los demás no las harán igual de bien o como querríamos nosotras exactamente que se hiciesen.
Quizá es necesario reflexionar sobre la autenticidad hoy en día de esa frase que dice “si quieres que algo esté bien hecho, debes hacerlo tu mismo” y dar paso a la palabras delegar y confiar. Al permitir que los demás participen, no solo damos paso a que nuestra mochila diaria se aligere, sino que aprendemos a entender que aunque el trabajo de las otras personas esta hecho de forma distinta, su resultado puede llegar a ser el mismo que nosotras buscamos.
Es importante entender que si nos adentramos a la dinámica de delegar, en ningún momento nos estamos quitando responsabilidades o trabajamos menos, por el contrario, estamos aprendiendo a compartir y estamos generando espacios para que nuestro entorno también se sienta valorado por nuestra confianza y sea partícipe activo en el mismo proyecto.
La autoconfianza
Si se quiere alcanzar un mayor grado de confianza en uno mismo, no basta con tener habilidades y destrezas, también se requiere cambiar los comportamientos diarios y encaminarlos a responder a una pregunta clave ¿Qué quieres, qué deseas ser y qué tanto crees en ti para lograrlo?
La autoconfianza se da cuando creemos en nosotros, cuando reconocemos y exploramos las habilidades y aptitudes que hay dentro de nosotros para alcanzar nuestras metas. Dejar de creer en nosotros mismos, es lo que conduce al miedo de no poder lograr lo que queremos o peor aún, limitarnos a fantasear con lo que podríamos hacer, dejarnos condicionar con lo que otros han pensado por nosotros y dejar de intentar ser y hacer.
Son muchos los estudios que hablan de la tendencia que tenemos las mujeres a experimentar dudas sobre nuestras capacidades y nuestro valor tanto en el ámbito personal como en el ámbito profesional y detrás de estas inseguridades, también existen estudios que reconocen el efecto contradictorio que ejerce en las mujeres los mensajes sociales vinculados a nuestro rol profesional, familiar, nuestra forma de vestir, nuestro aspecto físico, y así un largo etcétera que muchas veces termina por confrontarnos con cuestionamientos de lo que somos y no somos frente a la sociedad y frente a nosotras mismas.
Miedo al fracaso
Para entender un poco más el miedo al fracaso, me gustaría detenerme en las palabras de Carmelo Vázquez, catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense de Madrid en las que asegura que a los hombres y a las mujeres se les educa de forma diferente para enfrentarse al éxito y al fracaso.
Aunque lo cierto es que el fracaso debe ser concebido siempre como un proceso de aprendizaje, en el artículo ¿Tenemos demasiado miedo al fracaso?, Carmelo Vázquez nos recuerda que mientras a las niñas se les enseña a empatizar con la culpa, en cambio a los niños, se les educa para dar explicaciones y buscar la culpabilidad en las causas ajenas a ellos. Lo cierto, es que ninguna de estas dos vertientes se habla de aceptar nuestras responsabilidades y buscar estrategias para hacer frente a estos hechos y sacar provecho de esta situación.
No podemos negar que como mujeres hemos logrado avanzar en nuestra formación y seguimos luchando por tener más oportunidades. Sin embargo, aún nos queda camino para alejarnos de los modelos tradicionales y a su vez, tenemos el compromiso de ayudar a educar a las nuevas generaciones no solo para equilibrar más la balanza del género, sino en combatir los estereotipos en los que hemos sido formadas muchas de nosotras.
Es importante abrir paso a un cambio de mentalidad y enfocarnos en entender que superar el miedo al fracaso es una oportunidad para aprender, corregir nuestras estrategias de acción y emprender con más bagaje nuestros próximas metas.
Lo que deberíamos cambiar y deberíamos cuidar
Me atrevería a decir que más allá de seleccionar las diferencias sociales entre hombres y mujeres, quizá se trata de crear una relación armoniosa con nosotras mismas y en la que quepa un espacio para el “yo puedo, creo y soy capaz” y que también nos permita dudar menos de nosotras, arriesgar más, dejar de creer que las cosas tienen que ser perfectas, permitirnos tiempo para levantarnos frente a los fracasos y establecer de forma clara las prioridades que deben prevalecer en los distintos aspectos de nuestra vida.
Cambiar las cosas significa sentir que lo que hacemos no solo nos tiene que gustar, sino que también debe tener un sentido.
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Mercedes Sánchez
Coach