La mayoría de nosotros, al oír la palabra liderar, la relacionamos con la palabra autoridad y a continuación pensamos en nuestros subordinados (si los tenemos) como aquellas personas en las que podemos y debemos ejercer esa capacidad.  Sin embargo, el verdadero líder no ejerce desde la obligación de liderar e, igual que el subordinado, que sigue al verdadero líder, no lo hace desde la obligación de seguirlo, sino desde el deseo de contribuir al trabajo de un equipo. Cuando existe un verdadero liderazgo, tanto el líder, como la persona que le sigue, actúan desde la libertad.  En el momento en que esto deja de suceder en la relación, el líder deja de serlo para convertirse simplemente en un superior que da órdenes.

Tenemos la errónea percepción de que liderar implica ejercer autoridad, con lo que sólo nos encontramos con la fuerza moral de liderar a los colaboradores que jerárquicamente dependen de nosotros.  Pero, si cambiamos la percepción de la palabra y en lugar de relacionarla con “ejercer autoridad” la relacionamos con “ejercer influencia positiva”, quizás ya no veríamos tan descabellada la idea de liderar a nuestro propio jefe. Y no sólo a él, sino a todas las personas que nos rodean, bien sean compañeros, clientes o familiares.

Todos hemos comprobado que, sin el apoyo de las personas que ejercen autoridad sobre nosotros de una u otra forma, como ocurre con nuestros jefes, difícilmente vamos a poder implantar determinadas maneras de trabajar o de llevar a cabo ciertas acciones. Igualmente, si no conseguimos liderar a aquéllos sobre los que no tenemos autoridad directa (ni ellos sobre nosotros), como es el caso de nuestros compañeros de trabajo, nuestros socios o nuestros clientes, poco podremos conseguir.

¿Cómo podemos, entonces, influir en las personas que nos rodean?  La respuesta es muy sencilla, aunque lograrlo sea una tarea compleja.  Conseguiremos liderar a los demás si antes conseguimos liderarnos a nosotros mismos. Pero liderarse a uno mismo es mucho más complejo que hacerlo con cualquier otra persona que nos rodee. Para hacerlo, debemos tener en cuenta los cinco aspectos principales del autoliderazgo: aprender a gestionar nuestras emociones, actuar según nuestros valores, conocernos en profundidad, preocuparnos de forma auténtica por los demás y comunicar desde la honestidad.

Liderarse a sí mismo significa hacerse una mejor persona día a día. La esencia del verdadero liderazgo se puede resumir en una frase: “Nunca podrás ser mejor líder que persona”

Y desde ahí, sin pretenderlo, podremos influir positivamente en los demás y, con ello, liderar a las personas de nuestro entorno para construir un mundo mejor.

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Rosa Cañamero
Socia Directora-Execoach
Coach Ejecutivo PCC